sábado, 27 de enero de 2007

Ciudadanía, Libertad y Socialismo. Un Partido para el siglo XXI

Érase una vez la política.
Esa es la conclusión a la que uno llega cuando ha leído con fruición, apasionamiento y espíritu comprensivo las propuestas de debate, la realidad y la crispación en la que vive la sociedad española en estos albores del siglo XXI.
A ninguno se nos escapa que los hombres se sirven de las palabras para ocultar sus verdaderos pensamientos - el papel aguanta lo que le echen - y de los llamados pensamientos para justificar sus injusticias.
Cuando Emiliano Zapata - aquel que gritaba tierra y libertad - y el Gobierno se reía cuando lo iban a enterrar, encarnaba un modelo inconcluso de compromiso militante y partisano de lucha, uno hace suyas sus palabras ante lo que se nos avecina : “Ahora si puedo morir. Esto era lo que yo deseaba; que se sepa por qué luchamos; que conozcan la causa que defendemos; que vengan hasta nosotros; que nos vean, nos estudien y luego vayan y digan la verdad; que nosotros somos honrados y no bandidos”.
Aquellos que hemos consagrado nuestra vida a encontrar un sentido de la verdad siempre hemos corrido el riesgo de encontrarla, y vaya que si lo hemos logrado, y aunque sea amarga la verdad hemos de rebatirla con la palabra - único instrumento que algunos poseemos -, desde estas modestas consideraciones quiero hacerte llegar mis reflexiones.

Como decía el viejo Obispo brasileño “Helder Cámara” : si doy de comer a los pobres me llaman santo, pero si pregunto porqué hay pobres me llaman izquierdista. Valga esta pequeña cita para ilustrar la tristeza que le supone a uno vivir en una época triste, desapasionada, conformista, donde resulta más fácil desintegrar el átomo o descubrir el ADN que acabar con los prejuicios.
De la Ilustración aprendimos que la emancipación del hombre era posible y que siguiendo el camino de la razón la historia tenía un sólo sentido: el progreso. El Liberalismo nos enseñó a interpretar los vicios privados como virtudes públicas y nos prometió que la mano invisible velaría por nosotros para garantizar que la suma de intereses particulares diera el interés general. El marxismo nos explicó que la historia estaba escrita conforme al principio de la lucha de clases y que la victoria de la clase obrera sobre la burguesía traería la definitiva reconciliación en la armonía del paraíso del proletariado.

Desde mediados del XIX hasta 1989 los ciudadanos del mundo se concienciaron de los antagonismos sociales, nacieron dos figuras emblemáticas - hoy en claro declive - el partisano y el militante.

El primero perdió su sentido cuando acabaron las crueles guerras mundiales; el segundo se decantó después de 1989 por causas concretas: feminismo, homosexualidad, derechos civiles, defensa de los “sin techo” o de los “sin papeles”, antirracismo, etc. Las causas se han diversificado tanto, de tal modo, que no coinciden en sus intereses. El pacifismo y el ecologismo han intentado, por otra parte, convertirse en ideologías de recambio del todo. El militante se iba poco a poco haciendo reformista. Se ha extendido la idea de que la lucidez comporta inevitablemente pesimismo. Los nuevos europeos han interiorizado su desinterés por el escepticismo y lo colectivo. Cuando cayó el “Muro de Berlín”, con la rendición incondicional del enemigo, surgió un idea clara: la política había perdido toda su magia, agotada la épica de la transformación social.

Pulularon como la primavera las llamadas “revoluciones de terciopelo”, que fueron una fiesta, pero como todas las fiestas efímeras, porque la realidad social que quedaba bajo los escombros del llamado socialismo real, era patética.

Josep Ramoneda - en Después de la Pasión Política - describe en palabras de un joven ciudadano de la antigua RDA lo que había sido el sistema: “El socialismo real era como un establo. Todos estábamos dentro, cada uno atado con su cadena, pero bajo techo, aunque fuera un techo miserable, con comida que llevarnos a la boca y con la gran comodidad de tener negada toda capacidad de tomar iniciativa o responsabilidad. Salir del establo, por muy maravillosa que fuera la nueva sociedad de terciopelo, y no lo es tanto, cuesta mucho esfuerzo”. Ramoneda visitó dos años después Berlín, cuando los focos y las cámaras de la CNN se habían ido con la música a otra parte, y escuchó como instrumento de lucha la metáfora del nido caliente, para describir los ámbitos de la amistad, la solidaridad y la intimidad como ámbito de resistencia. La tragedia fue descubrir que el nido caliente estaba lleno de serpientes.

Los nuevos diriegentes del Partido Popular han interiorizado bien el concepto de poder. Lo han entendido como capacidad de actuar, de construir pero a la vez también de reprimir. Y en esta nueva vía de metamorfosis de la derecha española se han anclado en el viejo esquema resistencial : poder es igual a privilegio y represión. Cualquier cuota de poder, sea de la clase que sea, - excepto la que tienen ellos, por supuesto - es perversa. Y lo han asumido con tal entusiasmo que lo primero que han aprendido desde sus cuotas de poder es el privilegio y la insolencia. Esta joven generación regeneradora de la derecha española ha aprendido con suma rapidez el cinismo del poder. Y la forma propia de expresión de este cinismo es el lenguaje eufemístico, los lugares comunes.

Todo sus documentos están plagados de voluntarismo, de buenas maneras, pero se utiliza sesgadamente, disimulando lo que abiertamente se querría decir, maquillando la realidad aparente con un mensaje de fondo de mayor calado. Se crea un camino para el debate con cartas marcadas, ya que en política - cuando se confrontan ideas y no meras intenciones - las palabras significan en función de la posición de quién las pronuncia y no está permitido decir cosas que no sean conformes a la posición asignada de antemano. El que se atreva a disentir tendrá dificultades para ser escuchado. Si consigue que se le oiga entre el ruido de lo políticamente correcto, rompe las reglas no escritas de este nuevo orden: o se tiene la fuerza suficiente para imponerse, para hacerse respetar, o es excluído por los suyos.

Todos debemos pasar a reciclarnos y aprender que el eufemismo es un síntoma de responsabilidad. Para ellos que han acuñado el término del buen socialista, en contraposición del mal socialista, será para ellos aquel que aprenda a ser indiferente frente a la verdad y conseguir hablar cuanto sea necesario sin comprometerse a nada ni decir nada relevante.

Uno sólo puede rebelarse ante tal hipocresía, ese es el camino de que la palabra del comprometido políticamente esté sometida siempre a sospecha, y yo soy de los que cree que el diálogo sólo es posible con una mínima lealtad y honestidad cuando uno expone lo que piensa. No vale que todo se valore en función de estrategias y tácticas. Al final es el coloquio de los perros o un diálogo de sordos.

Hemos huido del debate directo y utilizamos en exceso los medios de comunicación. Mucho más que en los parlamentos, congresos o conferencias de organización, y muchos sólo se expresan en ellos pensando en los medios.. Todo nos suena igual, todo es repetitivo, se actúa según modas, se logra que nadie se pregunte que es lo que se pretende decir. La derecha centrada no se atreve a decir lo que realmente piensa: acabar con el Estado del Bienestar; la izquierda no reconoce que hay aspectos que mejorar, y ello nos lleva en una actitud cómplice a presentar los problemas con un sesgo técnico y económico. De este modo, el problema de la construcción europea - que tanto nos afecta e influye - y que pretende poner en cuestión lo esencial del modelo: la dignidad del ciudadano, se convierte en una cuestión de contabilidad. No salen las cuentas: este es el argumento que nadie parece rebatir. Pero nosotros, que lo sabemos bien, comprendemos que si el Estado del Bienestar fue fruto de un pacto político, lo que se está gestando es otro pacto para desmantelarlo.

Los niveles de calidad de vida de cualquier región europea - Extremadura no es una excepción - se han elevado considerablemente. La derecha, que no es tonta, entendió que debía hacer concesiones, hoy una vez que ha conquistado la hegemonía económica, política y cultural, desaparecida cualquier amenaza, por lo menos a corto plazo, para la estabilidad de un sistema que ha encontrado en el movimiento permanente su equilibrio, la derecha no ve razones para mantener el pacto. Es hora de recoger los beneficios. No va a hacerlo a las claras por los posibles efectos negativos que pueda tener tal medida electoralmente, lo plantea como una cuestión estrictamente técnica. Hay nueva izquierda cívica - que no es alternativa a nada - no cree en el mantenimiento del pacto, y se deja llevar - por mimetismo - por los criterios técnicos. Pero se intenta llegar más lejos: su celo regenerador y renovador le lleva a adherirse a principios de recambio para justificar su desmantelamiento, interiorizando y adaptando a nuestro entorno el mensaje de la tercera vía británica.

Giddens dice que la modernidad es una cultura de riesgo. La tercera vía dota al liberalismo económico triunfante de una ideología elitista. Una meritocracia sin complejos, como explica Blair su concepto de reparto equitativo: que se valore a la gente por lo que puede hacer. El motor de la historia sigue siendo la vanguardia. Pero en este caso la vanguardia no es el proletariado leninista sino el emprendedor, aquel que sabe arriesgar, y el que arriesga casi siempre gana. No obstante si se reconoce que la modernidad produce, también, diferencia, exclusión y marginalización.

Solapadamente se nos lleva por el camino de la consagración del centrismo. El centrismo expresa la voluntad de negar valor a la ideología. Puesto que hay un sólo sistema posible y a lo máximo que podemos aspirar es a atemperarlo, y al no existir alternativa alguna, todo converge en un punto: el centro.

El centro es ese espacio que se define por ser un espacio vacío en que las ideologías se neutralizan y se desdibujan. El centro es el lugar para que todos estemos en comunión. Allí como no hay nada que decir sólo nos toca administrar.

Vamos por ancho camino a la busca del ciudadano travestido, el que cambia de voto en función de las ofertas a la carta, el que cambia de voto como cambia de traje, el que antepone su interés al de los demás, esa masa numerosa es la que hace ganar o perder unas elecciones, para ella y de manera delicada se ha preparado un cóctel ad hoc, receta secreta - como la fórmula de la Coca Cola - mezcla de todo un poquito, sin que haya demasiado de ningún ingrediente, para que al final salga un producto descafeinado, sucedáneo de todo y de nada, eso si para que el camino quede allanado y seamos capaces de ilusionar a esas nuevas clases emergentes, hay que romper amarras con el pasado, acabar con los viejos santones que piensan y tienen ideas, no vaya a ser que por su locuacidad confundan a un electorado centrista, pondremos no ya sólo una vela a la izquierda y otra al mercado, sino que llenaremos de cirios pascuales la imagen de cualquier santo milagrero, bajaremos al sótano la vieja iconografía, o si resulta más fino la barnizaremos de nuevo, llevaremos las obras del pensamiento obrero a las bibliotecas de las Fundaciones para que allí los nostálgicos se recreen y se laman sus heridas, oxigenaremos la democracia con caras nuevas, crearemos nuevas pautas comportamentales y a fin de cuentas llegaremos sin problemas a ser buenos chicos y buenos gestores, administradores y buenos gobernantes.

Se acercan tiempos de mudanza, tiempos de cambio tranquilo, cambio tranquilo que lleva aparejado la fagocitación del pensamiento en aras de la eficacia, de los sistemas de calidad, de un partido en red - aunque no sabemos el grosor de la malla de la misma para desnucarnos sin problemas los que queramos hacer un triple mortal con doble tirabuzón -, crearemos organizaciones sectoriales de autónomos, microemprendeores, internautas, calvos, tribus urbanas, porque en vez de abrir el partido a la sociedad lo que vamos a hacer es entregárselo a todo el que quiera, que todos opinen, den consejos, aporten soluciones, eso sí, sin necesidad de comprometerse, los compromisos son sólo con el banco al que hay que pagar puntualmente las letras para no ser considerado moroso y te incluyan en el ASNEF, esos vientos parecen que amainan y eso a uno le alegra, pero soterradamente y lícitamente hay muchos que lo volverán a intentar, construyenco un partido transversal donde todo cabe y nadie estorba.

El Patio de Monipodio era un clan de la camorra sevillana en el siglo XVI, lo que algunos volverán a pretender, cuando la tempestad amaine, es crear el jardín de las delicias, la casa de todos y de nadie, porque la música que allí se interpretará no tendrá ni partitura ni director, pero algunos, muchos estaremos en guardia para que eso no ocurra.

Hace no mucho tiempo se ha celebrado en Portugal el XV del PS, en él, José Sócrates Carvalho Pinto de Sousa ha laminado al ala izquierda del PS, ha mandado a galeras a los díscolos, se ha uniformizado el mensaje. De uno de los excluidos - por voluntad propia para no adornar un jardín ajeno - Manuel Alegre, viejo socialista, capitán de abril, y sobre todo poeta os dejo unos versos de uno de sus últimos libros: Senhora das Tempestades.

El poema se llama Caballos y aunque es difícil traducir la poesía vine a decir algo así:

Yo los oigo cabalgar sobre las nubes negras
del crepúsculo de una noche de soledad
a mis perdidos caballos en múltiples batallas.

Galopan por el horizonte sin fronteras
sus crines desgarradas de tanta pelea
sus grupas con los restos de nuestras viejas banderas.

Quieren traer del sur un viento de lluvia
que refresque nuestras viejas ideas
para combatir los tambores de guerra del viento del norte.

Yo los oigo cabalgar sobre las nubes negras
huyendo de la noche oscura y la muerte.

Yo creo que merece la pena, a pesar de los tiempos que corren, seguir pensando en que ser socialista, de izquierdas y comprometido es un valor al que no voy ha renunciar.

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