sábado, 27 de enero de 2007

Nuestras relaciones suelen girar en círculos concéntricos

Nuestras relaciones suelen girar en círculos concéntricos, según el afecto o las distintas áreas de interés en las que nos movemos. Así, unos eligen para el "cuerpo a cuerpo" a su familia biológica; otros estrechan lazos con amigos y cómplices con los que soñar y compartir las más audaces aventuras y confidencias; otros abrazan ideas, utopías y algunos prefieren las relaciones virtuales.A veces, algo físicamente lejano nos afecta con impacto profundo, como sucede con las imágenes que los medios de comunicación nos sirven cuando acontece una tragedia humana o una catástrofe. Se mueven entonces los gestos solidarios de la emergencia, algo necesario pero no suficiente. Es preciso que seamos sensibles ante lo cercano con igual generosidad, pues hay quien hace una donación importante para socorrer a los afectados por el último huracán y no es capaz de escuchar tras el tabique de al lado, los susurros de un anciano que vive solo, o vuelve el rostro, o se cambia de calle cuando va a encontrarse de frente con un mendigo. Ahí, a la vuelta de la esquina la realidad nos sorprende con mil oportunidades.Siempre me ha gustado escribir cartas, algo que ya casi nadie hace. "Internet me ha devuelto el placer y el hábito de escribir y recibir cartas, -comenta en un reciente artículo el escritor español Antonio Muñoz Molina-. Añorábamos el romanticismo de la espera, la emoción de reconocer una caligrafía, de abrir un sobre, de encontrar una voz en las palabras escritas. Lamentábamos, no sin razón, la impertinencia invasora del teléfono, que había vuelto obsoleto el acto de escribir. Y justo ahora, gracias a la red, volvemos a escribir cartas, y si ya no esperamos el silbato del cartero antiguo ni miramos el buzón al salir de casa, ahora puede emocionarnos igual ese momento en que pulsamos la orden de 'enviar y recibir correo' y vemos los pequeños rectángulos azules que parecen verter en nuestro ordenador las palabras que unos instantes después leeremos".Es muy hermoso que los nuevos medios nos ofrezcan esa posibilidad, que la red nos vincule con muchas personas afines a nosotros, que recibamos mensajes cada mañana desde otro continente compartiendo lenguajes y proyectos. Pero no olvidemos que es un privilegio al que todavía no tienen acceso una gran parte de los seres humanos y que este instrumento puede servir también para distanciar a los que por naturaleza pueden y deben estar unidos.Es el caso del niño, que por abandono familiar y social acaba teniendo como único interlocutor a la pantalla del televisor o al videojuego de moda. Su relación con otros niños, su vocabulario, su infancia toda, se ve empobrecida.En algunas ciudades ya existen "cibercafés", que son unos lugares donde puedes "conectarte" con gente de todo el mundo, mientras tomas un café. Al entrar contemplas un grupo de personas que se comunican con amigos de Nueva York, Canadá, Japón o la India en una proximidad virtual inmediata. Mientras escapan de alguna manera a la soledad, no han reparado en los vecinos de la mesa de al lado; ni se han saludado siquiera.¿Proximidad de lo que está lejos? ¿Lejanía de lo que tenemos cerca? Entre las paredes de nuestra camisa late la respuesta.

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