Nada cae en saco roto.
Guillermo ha estado en Badajoz, volvió a la ciudad en la que vivió durante algún tiempo, y se despide de ella entre los suyos, los que lo aprecian, los que le desean la mejor de las venturas en su ardua tarea de seguir construyendo Extremadura, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad.
Parada y fonda en Badajoz, visita a una ciudad rota, desvertebrada, asimétrica, llena de jirones y de algo mucho más grave: desigualdades.
Con su bonhomía, su aspecto simpático, su buen tono y su mochila llena de sensanciones, volverá de nuevo a pisar otras localidades de Extremadura.
De Badajoz se llevó lo que esta ciudad es, hoy y ahora, escuchó mucho y habló poco, miró, contrastó, se aproximó a los ciudadanos anónimos y echó una manita a Paco Muñoz en su tarea de ser el nuevo Alcalde socialista de Badajoz.
Relajado, con muchas ideas, con muchas imágenes fijas en la retina, puso esas gotas de proximidad a los que no necesitamos convercernos de que es la mejor apuesta, pero si nos volvió a demostrar que es una persona que merece la pena por su humanidad y su proximidad.
Un día dejó la ciudad para volver a su Olivenza natal, después del 27 de mayo vivirá en Mérida, ayer cuando volví a mi casa después de haber asistido a la cena de fraternidad socialista en el Hotel Río, allá por las 1,30 horas, y torcía en la esquina de la Calle Arco-Agüero con San Blas para entrar en la cochera de mi casa, pude oir voces en la lúgubre y oscura cochera, la plaza de Guillermo estaba vacía, su coche ya no volvería nunca a estar donde estaba. Se que hace tiempo que vendió su vivienda y su plaza de garaje, pero ayer oi resonar su voz con la misma claridad que hace años oía cuando educadamente se cruzaba conmigo y me deseaba educadamente buenos días, era verdad había vuelto y me deseaba buenas noches con la misma simpatía de siempre.
Pero algo muy importante había cambiado, su voz era más próxima, más cálida, ahora somos compañeros y compartimos muchas cosas, antes tan solo... eramos vecinos.
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